miércoles, 12 de septiembre de 2007

PASCUA

Pascua
Eran cerca de las seis de la tarde. Simón Pedro, junto a varios de los discípulos de Jesús, se encontraba en la tierra de Galilea.
Todos estaban inquietos, apesadumbrados y desorientados.
Los sucesos y fuertes experiencias que habían vivido en Jerusalén, aún no les permitía dormir en paz.
Muchas eran las imágenes que cada uno guardaba en sus retinas y, aún no lograban ordenar en sus mentes y corazones.
Tomás, aún tenía presente la mirada de Jesús y la imagen de Él, cuando se le apareció y le reprochó su falta de fe.
Claro, él era un hombre práctico.
Su oficio así se lo había enseñado. Tenía que ver, tocar y experimentar para luego hablar con certeza.
Con la mirada fija en el suelo, aún se reprochaba lo que había dicho a sus amigos cuando le contaron que habían visto a Jesús.
Recordaba haber pensado que la ansiedad y el temor había trastornado a sus amigos.
Cuando le dijeron: "hemos visto al Señor" - recuerda - se enojó con ellos, porque no estaba para bromas. Había pasado mucho susto, y andaba escondiéndose de todos para no ser descubierto La gente del pueblo pensaba que, ellos, habían robado el cuerpo de Jesús para probar que era cierto que Él resucitaría después de morir.
Con la vista fija en el suelo, seguía recordando su respuesta desafiante e incrédula: "Si no veo en sus manos la señal de los clavos y no meto mi dedo en el agujero de los clavos y no meto mi mano en su costado, no creeré".
Un calor recorrió todo su cuerpo, cuando recordó que habían pasado catorce días después de su muerte y que estaba lleno de temor junto a los demás, escondido en una casa, cuando - sin que nadie abriera puerta alguna - se apareció Jesús en medio de ellos.
Todo su cuerpo estaba temblando.
Nunca antes había sentido terror, pánico.
Recordaba, con la vista fija en una mancha del suelo, que había quedado paralizado y que sus rodillas le habían temblado en forma incontrolable.
Que todos estaban hablando y se quedaron callados y con la mirada fija en Jesús que se les había aparecido de la nada.
Se llevó instintivamente las manos a sus sienes al recordar su saludo. Su voz era calma, serena, segura, poderosa.
"La paz con ustedes".
Sus oídos le zumbaban.
Así, ensimismado en el tiempo y en la sala de la casa donde se escondían - para no ser descubiertos - volvieron a resonar las palabras de Jesús:
¡Tomás!
"Acerca tu dedo y aquí tienes mis manos, trae tu mano y métela en mi costado"
Recuerda que no pudo moverse de su lugar.
Estaba paralizado, su corazón latía muy fuerte, la sangre golpeaba sus sienes.
Lo tenía ante sí. Era Él.
En forma torpe movió su cabeza, negando en forma inconsciente su incredulidad y sus palabras comentadas a sus amigos.
Era cierto.
Cuando caminaba Jesús, él sentía sus pisadas.
No era un fantasma. Era real.
Recordaba, con sus ojos cerrados y su ceño fruncido por la vergüenza, la mirada de Jesús que lo penetraba todo y le incomodaba sobremanera.
Era dura pero, también cariñosa.
Se sintió juzgado y amado.
Recordaba que lo único que salió de su corazón y labios torpes, por la ausencia de saliva a causa de la impresión y miedo, fue:
"Señor mío y Dios mío".
Que se acercó a él y sintió el calor de su cuerpo y que escuchó de sus labios con tono de tristeza:
"Has creído porque me has visto".
Sintió frío en sus espaldas y levantó la vista, volviendo a la realidad.
Recorrió su entorno con la vista y allí vio a Pedro, a los dos hermanos hijo de Zebedeo, a Natanael que había estado en las bodas de Caná de Galilea, cuando Jesús convirtió el agua en vino y, a dos más que habían conocido a Jesús en el templo de Jerusalén.
Fijó su vista en Pedro.
Lo vio avejentado. Con varios años encima.
Tenía el rostro duro. La mirada perdida en el espacio.
Pedro era el líder.
Pedro era hombre de iniciativa. Su voz gruesa y fuerte se imponía ante los demás.
No era alto pero, sí muy grueso.
Sus manos eran fuertes y llenas de marcas y cicatrices por las largas jornadas de pesca.
Pedro, se sintió observado por Tomás y se puso de pie.
Se acercó a la pequeña ventana de la casa y tomándose la barba frondosa, dijo en voz alta:
"Voy a pescar"
Los hijos de Zebedeo, lo miraron sin entender.
Uno de ellos le preguntó:
¡Pedro! ¿Qué dijiste?
Pedro sin mirarle, volvió a repetir mientras se dirigía a la puerta:
¡Voy a pescar!
Todos se quedaron en silencio por unos instantes.
Luego, casi al mismo tiempo dijeron:
¡Nosotros también vamos contigo!
Era de noche.
Allí estaba una de las barcas que, tiempo atrás habían adentrado en el mar de Tiberíades, llenos de sueños e ilusiones.
En silencio, cada uno hizo su trabajo.
Eran hombres de mar.
Cada uno sabía muy bien qué cosa hacer.
Pedro, en silencio arregló las redes y los cebos.
Los hijos de Zebedeo revisaron el fondo de la embarcación, también en silencio.
Tomás ciñó los remos en su lugar.
Los otros dos discípulos, esperaban la seña de Pedro, para jalar de los cordeles de la proa para que, la pequeña embarcación comenzara a desafiar las pequeñas olas que se perdían en la orilla.
Cada uno sabía qué hacer.
No se escucha ninguna orden.
Tenían los pechos apretados.
La ansiedad de volver a su antiguo oficio aumentaba el ostracismo de cada uno.
Cuando todo estaba dispuesto, Pedro hizo un ademán a los dos discípulos quienes levantaron levemente la proa, para que la embarcación comenzara a deslizarse por la arena y ser acogida por las frescas y oscuras aguas.
Volvieron a sentir el frío que comenzó a acariciar y envolver sus rudos cuerpos. Luego, éste, sin pedir permiso, comenzó a traspasar sus gruesas ropas de hombres de mar y penetrar la piel, hasta hacer bajar la temperatura de la sangre que circulaba por sus cuerpos.
Era el frío de siempre que, empujado por la brisa marina, les hacía encogerse al interior de la barca.
El frío, la brisa, sumada a la impotencia del fracaso por la escasa pesca, les hacía tener un cargo de conciencia y remordimiento.
Cada uno recordaba las palabras de Jesús:
"Les haré pescadores de hombres" y, ahora se veían haciendo lo mismo de antes.
Se sentían traidores del Maestro.
No era necesario decirlo.
Cada uno se miraba en forma disimulada.
Cada uno se sabía que estaba haciendo algo que no correspondía, pues sabían que habían sido llamados y enviados por el Maestro a ser pescadores de hombres.
El temor a ser apresados y juzgados había vencido la llama de la ilusión, de una verdad que tenía que ser anunciada: ¡Jesús había resucitado y se les había aparecido!
Pedro, desilusionado y enojado consigo mismo, dijo:
¡Volvamos a la orilla!
¡Aún no! – dijo Tomás.
¡Vamos! – dijo Pedro – ¡ Está por amanecer!.
Estaban como a cincuenta metros de la orilla, cuando escucharon que alguien les gritó:
"¡Muchachos:! ¿Tienen pescado?"
Pedro, muy ofuscado, respondió al desconocido:
¡"No"!.
Los demás dijeron lo mismo en voz alta.
"Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán" – les volvió a gritar el hombre que estaba en la orilla.
En forma instintiva, ellos, lanzaron la red al costado derecho de la embarcación.
Aún no terminaban de lanzar toda la red, cuando sintieron el peso de ésta.
Comenzaron a jalar.
Todos hablaban, ahora.
¡Recojan rápido el extremo izquierdo! – ordenaba Pedro a los hijos de Zebedeo.
¡Tomás! ¡Apura! ¡Apura! – seguía ordenando Pedro quien sentía la presión de las redes en sus congelados dedos.
Uno de los discípulos, al ver la abundante pesca, apuntando al desconocido que estaba en la orilla, exclamó:
¡Es el Señor!
Pedro, giró en forma brusca y miró hacia la orilla.
Allí estaba el desconocido. De pie.
No podía ver bien el rostro de quien les había dicho que lanzaran la red al costado derecho de la barca pues, a sus pies, había unas brasas encendidas y de ellas salía humo.
Así como era; impulsivo y de rápida reacción, se puso una manta gruesa que se había sacado presuroso para recoger las redes llenas de peces y se lanzó al mar.
Estaban muy cerca de la orilla.
Los siete hombres llegaron junto al misterioso hombre, que les esperaba con un desayuno típico de los hombres de mar: un pescado asado a las brasas y un pan grande.
Se quedaron con la mirada fija en Jesús.

Nada decían.
No se atrevían a acercarse demasiado.
Les separaban unos cinco metros.
Amanecía y aún la luz del día no les permitía ver bien.
¡Traigan algunos de los peces que acaban de pescar! – les dijo Jesús.
Pedro fue a buscar los pescados y se los entregó.
No se atrevía a levantar la mirada.
Tenía temor y vergüenza de mirar a Jesús.
Jesús lo había convertido en pescador de hombres. El lo sabía, por eso dejó los pescados cerca de las brasas y se dirigió nuevamente a la barca para terminar con el trabajo de sacar los pescados de ella y extender la red.
Los contaron. Fueron ciento cincuenta y tres peces de los grandes.
Revisaron la red y comprobaron que había resistido muy bien el peso de tantos peces.
Tenían frío y hambre.
El olor de los pescados asados a las brasas, despertó mucho más el apetito en ellos.
Ninguno se atrevía a dar un paso hacia Jesús.
Mientras vaciaban la barca y extendían la red, lo miraban en forma disimulada.
Allí estaba Jesús.
Le vieron limpiar los pescados.
Vieron cómo los atravesaba con unos trozos de madera y los giraba a medida que se cocían al calor de las brasas.
Lo observaban cómo se inclinaba sobre fuego y acomodaba los pescados sobre las brasas.
Vieron, cómo agitó una de sus manos pues se había quemado con uno de los pescados ya asados.
Allí estaba.
Entre ellos y Jesús, les separaba los pescados asados y el pan grande y redondo.
Los pescados asados, el pan y el humo que subía producto del cocimiento de los pescados.
Nunca habían tomado tanto tiempo len revisar las redes como en esa ocasión.
¡Vengan a comer! – les invitó Jesús.
Jamás habían visto a su Maestro cocinar.
Era la primera vez.
Se acercaron en silencio y recibieron de sus manos un trozo de pan y un trozo de pescado asado.
Ninguno de ellos se atrevió a preguntarle quien era.
Sabían que era el Señor.
Él, con infinita delicadeza nada les dijo.
Nada les reprochó.
Les sirvió en silencio.
Se dejaron servir y amar por Jesús quien les cocinó pescado a las brasas.
Se dejaron servir y amar por Jesús Resucitado.
Nada les reprochó.
Les sirvió en silencio.





























Aparición a orillas del lago Teberíades
"Después de esto, se pareció Jesús otra vez a los discípulos a orilla del mar de Tiberíades. Se apareció de esta manera.
Estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná e Galilea, los de Zebedeo y otros dos de sus discípulos.
Simón Pedro les dice: "Voy pescar".
Le contestan ellos: "Nosotros también vamos contigo"
Fueron y se subieron a la barca, pero aquella noche no pescaron nada.
Al amanecer, estaba Jesús en la orilla, aunque los discípulos no sabían que fuese Él.
Les dice Jesús:
""Muchachos, ¿Tienen pescado?
Le contestaron: No
Él les dijo:
¡Echen la red a la derecha de la barca y encontrarán!
La echaron y no podían recogerla por la abundancia de peces.
El discípulo, aquel a quien Jesús amaba, le dice a Pedro: ¡Es el Señor!
Cuando Simón Pedro escuchó, "es el Señor", se puso el vestido encima – pues estaba desnudo – y se lanzó al mar.
Los demás discípulos vinieron en la barca, arrastrando la red con los peces; pues no estaban tan lejos de la tierra.
Al saltar a tierra, v4en que habían una brasas, un pez sobre ellas y pan.
Les dice Jesús:
¡Traigan algunos e los peces que acaban de pescar!
Subió Simón Pedro y sacó a tierra la red llena de ciento cincuenta y tres peces grandes. Y, aún siendo tantos, no se rompió la red.
Jesús les dice:
¡Vengan a comer!
Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle ¿Quién eres tú? Ya sabían que era el Señor.
Viene, entonces Jesús, toma el pan y se los da, y de igual modo el pez.
Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a sus discípulos después de resucitar de entre los muertos."



Evangelio según San Juan
Capítulo 21, 1 - 14

1 comentario:

polett dijo...

bueno yo no creo porque nadie sabe lo que paso en realidad y si es cierto o no lo que se dice solo se sabe que existió una persona que se llamo jesus el cual se dice que es hijo de dios pero es dudoso ya que no sabemos si ella tuvo o no relaciones con jose y no se sabe lo que paso en la juventud de dios solo se sabe las acciones o por decir algo lo que el hizo en su juventud es algo que solo lo que de verdad lo vieron o conocieron saben que paso y yo no creo que exista un ser divino que aya creado a todo el mundo ya que si fuera así no pasaría todo lo que pasa y que cada día pasan cosas peores y se puede decir que los que siguen a Dios hacen cosas que no deberían o que no esta permitido por el "señor" que es violar a niños que no saben nada si yo llegara a creer en algo seria en jesus ya que se sabe que el existió o se puede decir que hay datos históricos que el estuvo en la tierra
Polett Segura
3° A