Zaqueo
La histórica ciudad de Jericó, estaba construida en medio de un gran oasis cercano a la desembocadura del río Jordán, el que arrojaba sus aguas al Mar Muerto.
Esta ciudad, el año 20 antes de Cristo, tuvo un gran ajetreo pues, innumerables personas, llegaron de varias localidades cercanas como Betania, Belén, Jerusalén, Gaza, Emaús entre otras, para trabajar en la construcción de un palacio sin igual.
El rey Herodes el Grande, había decidido construir un palacio para descansar durante el período de invierno. (**)
Seis años demoró la costosa e imponente construcción. Pero mayor tiempo le demandó construir la fortaleza de Masada al sur de Belén relativamente cerca de la ribera del Mar Muerto.
Herodes, que era de la monarquía de los asmoneos proveniente de Simón Macabeo, sufrió la intervención del romano Pompeyo el año 40 a.C., quien reorganizó la tierra de Palestina y, deshizo el reino asmoneo del cual Herodes era rey. Ese año se creó la monarquía herodiana adicta y vasalla de Roma.
Herodes, supo agradar a quienes tenía bajo su jurisdicción, pues propició la reforma del santuario de Hebrón y la construcción del Templo de Jerusalén.
Supo agradar, por otro lado, a Roma y al emperador Augusto. Como gran constructor, se preocupó de la reconstrucción de Cesarea.
Se preocupó de construir fortalezas para proteger su monarquía, edificado la fortaleza de Herodión y de Masada.
A todo eso hay que agregar la construcción de los palacios de Jerusalén, de Jericó y Alejandría.
Jericó, era una ciudad gobernada por Herodes el Grande la que, además, era un centro administrativo de una de sus provincias.
Herodes, tenía que rendir tributo al emperador y una de las modalidades era, precisamente la recaudación de los impuestos.
Para ello tenía a cobradores y uno de ellos era Zaqueo, residente de Jericó y jefe de los publicanos.
Zaqueo, tenía un buen pasar. Era rico pues, aparte de cobrar los impuestos, sabía cómo extorsionar y chantajear a la gente.
Su baja estatura, no era impedimento para que se hiciera notar en la ciudad. Todos le reconocían y temían. Muchos le odiaban por ser considerado un traidor.
Los fariseos le apartaban de sus reuniones porque le consideraban un pecador. Era el jefe de los pecadores (publicanos)
(**)A su muerte le sucedió su hijo Herodes Antípas quien fue tretarca de Galilea y Perea. Este fundó la ciudad de Tiberíades y fue contemporáneo a Jesús.
Su casa tenía dos patios adornados con figuras y esculturas, que Herodes había desechado entre sus tantas colecciones.
Dos salones con una cuidadosa y refinada decoración, hacían pensar que se estaba en casa de un hombre próspero y rico. En realidad lo era.
A menudo realizaba fiestas y se jactaba de ser un gran y generoso anfitrión.
Quedó muy impresionado y confuso cuando, por medio de Ajimán uno de sus ayudantes, escuchó una comparación que había realizado Jesús.
Estaba cansado de ser humillado por los fariseos y su odio, hacia ellos, iba en aumento.
Mucho se alegró al saber la comparación que había hecho Jesús entre ellos y él. Así lo sintió.
El se sentía y sabía pecador. Hacía dos años que quería abandonar ese trabajo y Herodes se lo impedía porque, según él, nadie cobrara y reunía tantos impuestos en forma puntual como él.
Se sentía acorralado, presionado y temía las represalias del rey Herodes. Temía ser juzgado por ser infiel a su rey y lo peor: ser infiel al Cesar.
Ajimán, aún entusiasmado por las palabras de Jesús, le contó lo que había escuchado del Nazareno..
" Dos hombres subieron al Templo a orar; uno era fariseo, y el otro era publicano. El fariseo, erguido, hacia interiormente esta oración: Dios mío, te doy gracias porque no soy como el resto de los hombres: ladrones, injustos, adúlteros ni como ése publicano. Ayuno dos veces por semana y pago los diezmos de todo lo que poseo. Por su parte, el publicano, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera levantar los ojos hacia el cielo, sino que se golpeaba el pecho diciendo: Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador.
Les digo – dijo Jesús – que éste bajó a su casa reconciliado con Dios y el otro no. Porque el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado."
Zaqueo meditaba lo que había escuchado de su colaborador, cuando Najor irrumpe en su oficina, para darle cuenta de las cobranzas atrasadas de los impuestos que le había encomendado.
Zaqueo le notó ansioso y, después de recibir la información, le pregunta la causa de su estado de ánimo.
¿Qué sucedió que estás tan nervioso?
Najor, guardaba silencio. Entre sus manos apretaba la pequeña bolsa donde había traído varias monedas producto de la cobranza.
¡Vamos hombre! – insitió Zaqueo. ¿Qué sucede contigo?
¡Ah! – continuó.
¡Los zelotas te salieron al paso!
¿Eso fue lo que sucedió contigo? ¿Te amenazaron?
¡No! – respondió.
¿Sucedió algo fuera de lo común! – agregó.-
Se dirigió hacia la pequeña ventana, miró al exterior, hacia las pequeñas y angostas calles de la ciudad y dejó su vista fija en un anciano mendigo, que trataba de llamar la atención de los pocos forasteros que deambulaban por la ciudad.
Girando sobre sus talones, Najor le preguntó:
Zaqueo, ¿Te acuerdas de Elcaná?
¡Ah! ¡Sí! El mendigo ciego que se sienta a la entrada de la ciudad. – respondió Zaqueo.-
Najor – tragando saliva en su apretada garganta – dijo:
Allá estaba cobrando a los que estaban atrasados en el pago de los impuestos, cuando vi que se acercaba por el camino un grupo muy numeroso de personas.
Cuando estaban a unos 20 metros, Elcaná se puso a gritar:
¡Hijo de David, ten compasión de mí!
¿Hijo de David? – le interrumpió Zaqueo.-
¡Sí! Así gritaba: ¡Hijo de David! ¡Ten compasión de mí! – confirmó Najor.
Me acerqué para saber de qué se trataba tanto alboroto y allí conocí a un hombre que era el centro de todo.
Se trataba de un Nazareno alto, delgado y que vestía una túnica de una sola pieza. Tenía algo especial porque su mirada era muy poderosa y sus gestos y movimientos tenían algo de misterio.
¿Cómo? – preguntó interesado Zaqueo.-
¿Qué era lo especial?
Najor, al no tener respuesta a las preguntas de Zaqueo, volvió a mirar por la ventana hacia el exterior. Guardó unos instantes de silencio.
Le costaba explicar lo que había visto y sucedido. Sabía que Zaqueo se reiría de él y de sus creencias.
Tomó aire, llenó sus pulmones y sin quitar la vista del anciano mendigo sentado a la orilla del camino - dijo:
Se trata de ese Nazareno llamado Jesús.
¡Ah! – musitó Zaqueo interesándose aún más en lo que Najor guardaba misteriosamente en el silencio.
¡Dime! ¡Qué le pasó a Elcaná?
Najor, un tanto nervioso, respondió diciendo:
Algo hizo ese Jesús con él, porque lo escuché gritar y alabar a Dios y toda la gente se alborotó y gritaba y cantaba a fuerte voz.
¡Vamos! – insistió Zaqueo.-
¿Qué pasó?
¡Elcaná ya no es ciego! ¡Recuperó la vista!
¿Cómo? – preguntó Zaqueo saltando de su asiento.-
¡Ese Jesús le quitó la ceguera y ahora anda por las calles de la ciudad detrás de él!.-
En su interior, Zaqueo, sintió miedo y unos deseos de conocer a aquel misterioso Jesús, que hizo ver a Elcaná y que hablaba bien de los pecadores.
Las carreras y pasos apresurados de muchas personas, ahogaron la pregunta que iba a formular a Najor. Se asomó por la pequeña ventana que permitía observar los movimientos de las angostas calles de la ciudad y, llamó a Ester – que venía con pasos muy presurosos junto a su hija - a quien había dado un plazo nuevo para la cancelación de los impuestos atrasados de su marido.
¿Qué sucede? – preguntó mirando al mismo tiempo a las personas que corrían en forma desordenada.-
¿Por qué tanto alboroto?
Ester, arreglándose el manto alrededor de su rostro, solo atinó a decir:
¡Se trata del profeta llamado Jesús!
¡Hace poco sanó a Elcaná, el mendigo ciego que se ponía en la entrada de la ciudad!
Y, agregó:
¡Dicen que va hacia el otro extremo de la ciudad!
¡Sí! – agregó su pequeña hija.- ¡Queremos verle y conocerle!
Najor, poniendo su mano derecha sobre el hombro de Zaqueo, dijo:
¡Vamos!
¿Qué perdemos con verle al pasar?
Zaqueo, terminando de cerrar los cajones de su escritorio y guardar cuidadosamente las monedas, salió junto a Najor, confundiéndose en la muchedumbre que caminaba con pasos muy presurosos.
Era claro que Jesús estaba cerca, porque la muchedumbre estaba agolpada en un sitio eriazo. No se podía avanzar más. La apretada multitud no se los permitía.
Mirando alrededor vio una añosa higuera y, olvidándose del ridículo y de las risas de sus coterráneos que no le tenían aprecio, trepó por el inclinado tronco con cierta dificultad.
Muchos le miraban moviendo la cabeza.
¡Zaqueo! – le gritaban mofándose de él.-
¡El maestro no paga impuesto!
¡Es pobre igual que nosotros!
Zaqueo no tenía tiempo para escuchar las mofas y risas que hacían de él.
Allí estaba Jesús. Se había detenido para conversar con unas mujeres que seguramente le contaban sus penas e historias.
Su corazón estaba muy acelerado. Sentía el golpe de la sangre en la garganta.
Algo extraño estaba sucediendo en él.
Se sentía extraño, inseguro. La multitud le había contagiado con la ansiedad de ver a ese hombre que hacía milagros y que enseñaba una doctrina distinta.
Quería ver pasar al hombre que había hablado bien de los pecadores. Ver al hombre que dejaba callados a los fariseos.
Casi cae. El débil tronco de la vieja higuera era sacudido por la presión de las muchas personas que se peleaban por ver pasar a Jesús.
Era un poco más alto que los demás. Su pelo largo, negro caía en forma ordenada por sobre sus hombros.. Su rostro delgado terminaba en una barba no muy frondosa pero bien arreglada.
Caminaba con gran dificultad a causa del gentío que, a costa de empujones quería tocarle y darle la mano.
Eran muchos los gritos y saludos que salían de las gargantas de esa ingente muchedumbre.
Jesús, se daba tiempo para todos. Eso observaba Zaqueo desde la altura de la higuera.
Se conmovió cuando un niño, se colgó de los hombros de Jesús para saludarle y darle el beso de la paz. Vio como Jesús lo tomó en sus brazos y lo levantó, para abrazarlo y besarle y, entregarlo a su madre que estaba con un rostro extasiado y fuera de sí por la situación.
Según sus cálculos, Jesús tendría que pasar muy cerca de la higuera. Eso lo tenía tenso, nervioso, ansioso.
El tiempo se le hizo interminable. Se desesperó al ver que la muchedumbre lo desvió un poco de la trayectoria. Parecía que su deseo no se cumpliría, porque se había desviado un par de pasos hacia la derecha.
Fue una mujer histérica la que con sus gritos y empujones, permitió que Jesús pasara a menos de un metro de la higuera.
Fue como un rayo.
Una fuerza increíble hizo que sus manos, piernas y cuello se sintieran débiles.
Sintió la mirada de Jesús que se había detenido justo bajo donde él estaba.
Su voz fue un trueno.
¡Zaqueo, baja enseguida, porque hoy tengo que alojarme en tu casa!
Sintió que tenía quince años.
Bajó de la higuera con una agilidad asombrosa y, abriéndose paso entre la muchedumbre, corrió hacia su casa.
Corría, saltaba y gritaba al mismo tiempo.
No se le ocurrió esperar a Jesús.
Salió en forma descontrolada. Debía preparar la casa para recibir a ese extraño invitado.
Ordenar una cena, preparar una cama, tener el agua para lavarle los pies – según la tradición – hacer espacio para sus amigos y para quienes andaban siempre con Jesús, era su gran preocupación.
Corría tan fuera de sí, que no se dio cuenta de las dos caídas que tuvo en forma aparatosa antes de llegar a su casa.
Jesús cenó lo que había mandado preparar Zaqueo. Junto a Él, se encontraban cuatro de sus discípulos que eran pescadores.
A muchos de los invitados de Zaqueo, les llamó la atención el discípulo de barba frondosa y de torpe hablar.
Zaqueo se sintió incómodo, pues tuvo que dejar pasar a su casa a unos escribas. Era una visita de inspección del supremo tribunal enviados por partidarios de Herodes.
Lo sabía y tenía muy claro. Era un empleado del rey Herodes y Jesús era investigado por el rey por las cosas que había dicho dentro de su jurisdicción.
Sabía bien que Herodes no quería tener problemas con los romanos a quienes servía.
Ese era el motivo de la presencia de los tres escribas que se sentaron para escuchar la conversación de Jesús.
Allí, Jesús, le explicó a Zaqueo la comparación que había hecho entre un fariseo y un publicano cuando fueron a orar al templo. Allí Zaqueo entendió su vida y la inmensidad del amor de Dios.
Mientras Jesús hablaba, Zaqueo comenzó a recordar una situación vivida dos días antes.
¡Señor! No podemos cancelar los impuestos atrasados – decía desconsolado un atribulado trabajador agrícola.
¡Usted sabe! - continuaba Melkí – ¡El desborde del río arrasó con gran parte de la siembra y...!
¡No me interesa la crecida del río! – interrumpió a gran voz Zaqueo.
¡Lo que me importa es que no ha pagado los impuestos y eso es grave!
¡Enviaré a cuatro hombres para que terminen con su cosecha!
¡Las utilidades serán como parte de pago de sus deudas!.
Recordó la mirada atribulada de la mujer de Melkí, a quien conocía desde más de veinte años. Las miradas de los cinco hijos que con toda seguridad pasarían un invierno lleno de penurias económicas.
Le dio vergüenza recordar que el dinero, producto de la venta de lo cosechado, lo había ingresado a sus arcas y, con el había comprado tres burros y cinco chivos y el resto lo había gastado en una gran cena ofrecida a cinco comensales del rey Herodes que había ofrecido en su casa y, en seis mujeres traídas de la ciudad de Hebrón para esa ocasión.
Así, pasaron muchos rostros y miradas impotentes de varios, a quienes había cobrado, castigado y engañado con los intereses abultados que había aplicado en el cobro de los impuestos.
Se sabía con poder, odiado y temido.
Le daba vergüenza, al escuchar a Jesús hablar y al sentir su mirada, todo lo que había abusado de la gente.
Le daba vergüenza cómo lo había usado y abusado del poder. Le daba vergüenza de cómo había sacado partido de su cargo.
Se sentía desnudo, avergonzado.
Tomó conciencia que, todo lo que tenía era producto de sus abusos, sobornos y engaños.
Lo que dijo, dejó a todos atónitos:
"Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a algunos, le devolveré cuatro veces más"
Nadie dijo nada.
Públicamente había reconocido que robaba, que engañaba a sus hermanos de raza.
Al subir a la higuera se había expuesto al ridículo.
Al hablar se había expuesto al juicio de todos.
Al fin se había liberado de la atadura que le impedía ser libre.
"...y si engañe a alguno, le devolveré cuatro veces más" – volvió a repetir mirando a Jesús con verguenza...
Muchos de los que estaban allí, sintieron un alivio.
Recuperarían sus terrenos embargados, sus animales empeñados....
Jesús sonriendo y poniéndose de pie dijo:
"Hoy ha llegado la salvación a esta casa"
"El Hijo del Hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido"
Jesús despidió a la gente que estaba en casa de Zaqueo y se retiró a reposar.
Afuera muchos comentaban:
"Se ha alojado en casa de un pecador".
JESÚS Y ZAQUEO
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Había en ella un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, que quería conocer a Jesús. Pero, como era bajo de estatura, no podía verlo a causa del gentío.
Así que echó a correr hacia delante y se subió a una higuera para verlo, porque iba a pasar por allí.
Cuando Jesús llegó a aquel lugar, levantó los ojos y le dijo:
¡Zaqueo! Baja enseguida porque tengo que alojarme en tu casa.
El bajó a toda prisa y lo recibió muy contento. Al ver esto, todos murmuraban y decían:
Se ha alojado en casa de un pecador.
Pero Zaqueo se puso en pie ante el Señor y le dijo:
Señor, la mitad de mis bienes se la doy a los pobres, y si engañé a alguno, le devolveré cuatro veces más.
Jesús le dijo:
Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también éste es hijo de Abrahám. Pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.
Evangelio según San Lucas 19,1 - 10
miércoles, 12 de septiembre de 2007
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