miércoles, 12 de septiembre de 2007

ZEBEDEOS

¡No saben lo que piden!

Mijlá, esposa de Zebedeo en silencio había permitido que sus hijos Santiago y Juan siguiesen a Jesús.
Lo que ellos le contaban de Jesús, le hacía soñar. Imaginaba a sus dos hijos como personas importantes al lado del Galileo, administrando el poder y los bienes de la sociedad que se formaría en el nuevo reino.
Les miraba con orgullo y los comparaba con los demás seguidores de Jesús. Ellos tenían educación, venían de la escuela de Gamaliel, sabían escribir y conocían otras costumbres gracias a las tardes de lecturas obligadas que ella les imponía junto a su esposo Zebedeo.
Santiago, tenía el don de la palabra, sabía mucho de discursos y todos los vecinos, desde que era pequeño, la felicitaban por su hijo. Se sentía muy orgullosa de él pues, sabía que, si tomaba la palabra, diría algo sensato, justo, brillante, interesante y sabio.
Se sentía orgullosa de su hijo porque era distinguido, no era bajo y sobresalía ante los demás en estatura,. Su voz gruesa llena de autoridad, le hacía pensar y soñar, en su gran condición de líder y de mando.
Un día pudo escuchar cómo hablaba Pedro, el pescador, y sintió su pecho henchirse de emoción y orgullo cuando, su hijo Santiago, alzó la voz para aclarar algunas dudas que Pedro tenía y que no podía explicar bien porque, no era dueño de una gran elocuencia y capacidad de hablar ni de explicarse con fluidez y exactitud.
No lograba entender bien por qué, Jesús, había dado tanta autoridad a ese pescador de palabras toscas y de poco vocabulario, si su hijo hablaba mucho mejor que él y podía convencer a miles de personas con su palabra y modo de comunicarse.
Aún recuerda cuando, en la sinagoga, durante su iniciación en los estudios de la Torhá, Santiago se había parado ante los demás leyendo y dando una breve interpretación de la lectura del profeta Isaías. Aún recuerda cómo los escribas y maestros de la Ley habían felicitado a su esposo Zebedeo por la locuacidad de Santiago y, que mientras él hablaba los maestros de la Ley se frotaban la barba y movían la cabeza en señal de clara aprobación a sus palabras y a su modo tan seguro de hablar ante los demás.
Juan, por otro lado, era un joven muy estudioso, gran lector y de una inteligencia muy aguda para interpretar las escrituras.
Tenía una memoria muy dotada y le bastaba leer un rollo para que nunca más se olvidara de lo que había leído.
Era él quien buscaba e investigaba en los rollos de los profetas si Jesús era o no el verdadero Mesías. Él, quien comentaba a Santiago sus descubrimientos para que su hermano los explicase a los demás.
A Juan, los maestros de la Ley que se dieron cuenta de su habilidad e inteligencia, le exigían mucho más que a los otros jóvenes en su período de estudio de la Ley y los profetas.
Siempre había pensado y estaba convencida que Juan, había sido bendecido por Dios con su inteligencia y capacidad para entender las escrituras.
Muchas otras amigas suyas, en varias ocasiones, le habían dicho que sentían envidia por sus hijos porque, veían en ellos, unas personas especiales y diferentes a los demás. Incluso, algunas de ellas, se habían mostrado muy interesadas en presentarles a sus hijas por la seguridad y distinción que tenían.
Verles al lado de Jesús y rodeados por miles de personas de todas partes, le hacía pensar que había llegado la oportunidad para sus hijos.
Los quería prósperos, bien considerados y puestos en la sociedad, al lado de alguien importante y con poder.
Algunas noches dudaba de sus sueños, porque también había sabido que los fariseos y maestros de la Ley no aceptaban la doctrina nueva de Jesús.
Pero, al mismo tiempo, pensaba que con el tiempo lo aceptarían y podría instalar un reino nuevo, donde los romanos los respetarían estableciendo buenas relaciones diplomáticas y comerciales.
Tenía confianza que, sus hijos, sabrían solucionar los problemas que se presentasen y escuchaba de sus vecinas que, ellos, serían una gran ayuda para que Jesús instaurase un nuevo reino donde el amor sería algo muy importante, donde los más pequeños serían respetados, donde las viudas y huérfanos, los mendigos y enfermos tendrían una ley que los protegiese
Se imaginaba ese nuevo reino, con sus hijos ocupando un lugar importante, donde los impuestos que tenían que cancelar a los romanos, por medio de Zaqueo y de Herodes, serían menos y que podrían negociar las deudas y pagos atrasados.
Su mente viajaba suspendida de las alas de su imaginación, cuando recordaba que sus hijos le habían contado que Jesús había mandado a Pedro al mar para que, del primer pez que pescara, sacara de su boca una estáter para que pagase el didracma del Templo.
Se imaginaba a muchos pobres aplaudiendo a sus hijos, a mucha gente postergada agradeciendo la gestión de sus dos hijos.
Las intenciones de Jesús y sus ideas son muy buenas – pensaba – solo le falta a su lado personas que lo sepan entender y acompañar en todos los cambios que propone. Necesita personas inteligentes y con gran capacidad de convencimiento para que, los del consejo, logren cambiar su modo de pensar y les den un espacio en la sociedad.
Se imaginaba al igual que, en las grandes cortes romanas, apareciendo junto a sus hijos en público cuando ellos tuviesen que proclamar una ley nueva a favor de los pobres y del pueblo.
Jesús, con sus dos hijos asesorándole y apoyándole en sus discursos y compromisos, tendría un éxito mayor y, al fin su pueblo se vería liberado de tanta ley de parte de los fariseos que cada vez oprimen más al pueblo. Al fin su pueblo se vería liberado de Zaqueo un cobrador sinvergüenza y aborrecido y, tal vez podría estar uno de sus hijos en ese puesto para beneficiar a los más pobres y, así también para tener un lugar respetado en la sociedad, administrando los bienes de todos los seguidores de Jesús.
Todo eso, en definitiva fue lo que la convenció para acercarse a Jesús, después de convencer a sus hijos, para pedirle un reconocimiento a sus grandes habilidades, capacidades y virtudes, para que ocuparan un lugar de importancia en su nuevo reino.
Esperó el momento adecuado después que Jesús había prometido a Pedro que, él y los demás se sentarían en doce tronos a juzgar a las doce tribus de Israel
Tenía la sensación que el pescador, quería desplazar a sus hijos de un lugar privilegiado e importante.
Jesús había dicho que un rico difícilmente podría entrar en su reino y que era mucho más fácil que un camello pasara por los portales de la ciudad, que un rico tuviera un lugar junto a él.
Sus hijos habían dejado mucho por Jesús y, en justicia, ellos, debían recibir mucho en su nuevo reino.
Sabía bien que Jesús no hacía distinción entre hombres y mujeres y, que a todos los escuchaba por igual, por eso se acercó, separando a sus hijos de los diez que estaban con él, para plantearle la petición a favor de sus hijos.



Estaba afuera, junto a otras mujeres. Su rostro lo tenía cubierto con su velo más de lo normal de modo que, las demás personas, apenas pudiesen ver parte de sus ojos.
Jesús había sido llevado al interior del palacio de Pilato.
Ella toda temblaba y se arrepentía de lo que le había pedido a Jesús, al mismo tiempo agradecía que no le hubiese dado lugar a su petición a favor de sus dos hijos.
Los del Sanedrín lo había declarado reo de muerte porque había manifestado que es Hijo de Dios, el Mesías esperado. Lo había visto salir del Sanedrín con la cara marcada y herida a causa de los golpes y bofetadas que había recibido. Llevaba sus manos atadas por una gruesa cuerda evidenciando que habían sido golpeadas con violencia.
También a sus oídos había llegado la noticia que Judas, abrumado por la traición y, por haber vendido a su maestro por unas monedas de plata, se había ahorcado.

Sintió su pecho apretado por la angustia y el recuerdo ante la mirada de Jesús cuando vio que ella se acercó con sus dos hijos.
Recuerda la sonrisa en su rostro cuando le preguntó qué quería pero, también su mirada profunda y casi sorprendida cuando, después de escuchar su petición, le respondió que no sabían lo que estaban pidiendo, que habían entendido nada de su doctrina.
Al verle caminar atado de manos y golpeado, volvió a su memoria la pregunta que, ese día no logró entender: ¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber?
Sintió su mirada y bajó la vista con vergüenza y dolor a causa de su interés tan egoísta. Sintió nuevamente ese extraño sentimiento de culpa pues, su pregunta había provocado que los demás se enojaron con sus hijos porque, pensaban, que ellos seguían a Jesús por interés y ansias de poder.
Recordó la vergüenza que sintió al escuchar a Jesús que, no la ofendió ni condenó pero que, al aclarar las cosas entre sus amigos, les había dicho que en su reino los jefes debían servir y hacerse servidores de los demás.
Cuando lo perdió de vista, presintió su muerte en la cruz y, fue en busca de otras mujeres para acompañar a María, la madre de Jesús.
PETICIÓN DE LA MADRE DE LOS HIJOS DE ZEBEDEO.

Entonces, se la acercó la madre de los hijos de Zebedeo con sus dos hijos, y se postró como para pedirle algo.
Él le dijo: ¿Qué quieres?
Le dijo ella: Manda que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino.
Replicó Jesús: No saben lo que piden.
¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber?
Le dicen: ¡Sí, podemos!
Les dice: Mi cáliz, sí lo beberéis, pero, sentarse a mi derecha y a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre.
Al oír esto los otros diez, se indignaron contra los dos hermanos.







Jesús los llamó y dijo:
Saben que los jefes de las naciones las gobiernan como señores absolutos y, los grandes las oprimen con su poder.
Pero no ha de ser así entre ustedes, sino que el que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor y, el que quiera ser el primero entre ustedes, será su esclavo de la misma manera que el Hijo del Hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos.






Evangelio San Mateo 20,20 - 28

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